Oscarcito




"A man who moralizes is usually a hypocrite, and a woman who moralizes is invariably plain".
Oscar Wilde




De como unos escasos metros pueden cambiarlo todo. Bah, casi todo.

Ayer me encontraba asfixiada. Bah, "encontraba" es sólo una manera de decir. Si hago caso a la lógica, estaba más bien perdida. Bien perdida. Y casi sin aire. Emanaba calor del suelo. Y me negaba a quedarme encerrada por más aire acondicionado acondicionante en el lugar. Entonces agarré mis cosas y salí. Caminé como apurada, como si caminar más rápido me hiciera invisible. La primera cuadra fué sinuosa. Madres, niños, fotocopieros, porteros (que siempre te miran con esa cara de "pendejadelorto" o "pendeja,¡queorto!"). El cruzar la calle, y no precisamente la avenida, fué un peldaño hacia aquello. Caminé como un poco más lento, ya sintiéndome parte de ese paisaje, ese que pocos ven con ojos alentadores. Ese en el que pocos, sólo algunos, ven la belleza real. Esa mezcla rara de bloques de cemento y gente sin cara y pequeños palacios, sonrisas, ruleros, changuitos, polleritas, dreadlocks, oficinistas... Ya a esta altura se me escapaba un suspiro. Para cuando cruzo la tercer esquina la vida se veía por otro caleidoscopio. El calor no calureaba, los rayos no quemaban, éramos todos perfectos desconocidos... Me senté en la heladeria de la esquina (los helados son grandes pasaportes y convertidores) y me dispuse a disfrutarlo todo. Recordé una canción, y unos ojos de nadie. Me miré como desde adentro. Todo se pintaba de otros colores. Y ahí sentada en esa esquina de San Telmo, con mi vestidito floreado y mis sandalias planas, menta granizada y mascarpone dandome frío y bienestar, fuí feliz por media hora. Y todo por moverme tan sólo unos metros del otro lugar.